jueves, 10 de febrero de 2011

¡Cómo no van a odiar al peronismo, los gorilas!

De la Constitución del 49

Capítulo IV

La función social de la propiedad, el capital y la actividad económica

Art. 38 - La propiedad privada tiene una función social y, en consecuencia, estará sometida a las obligaciones que establezca la ley con fines de bien común. Incumbe al Estado fiscalizar la distribución y la utilización del campo o intervenir con el objeto de desarrollar e incrementar su rendimiento en interés de la comunidad, y procurar a cada labriego o familia labriega la posibilidad de convertirse en propietario de la tierra que cultiva. La expropiación por causa de utilidad pública o interés general debe ser calificada por ley y previamente indemnizada. Sólo el Congreso impone las contribuciones que se expresan en el artículo 4°. Todo autor o inventor es propietario exclusivo de su obra, invención o descubrimiento por el término que le acuerda la ley. La confiscación de bienes queda abolida para siempre de la legislación argentina. Ningún cuerpo armado puede hacer requisiciones ni exigir auxilios de ninguna especie en tiempo de paz.

Art. 39 - El capital debe estar al servicio de la economía nacional y tener como principal objeto el bienestar social. Sus diversas formas de explotación no pueden contrariar los fines de beneficio común del pueblo argentino.

Art. 40 - La organización de la riqueza y su explotación tienen por fin el bienestar del pueblo, dentro de un orden económico conforme a los principios de la justicia social. El Estado, mediante una ley, podrá intervenir en la economía y monopolizar determinada actividad, en salvaguardia de los intereses generales y dentro de los límites fijados por los derechos fundamentales asegurados en esta Constitución. Salvo la importación y exportación, que estarán a cargo del Estado, de acuerdo con las limitaciones y el régimen que se determine por ley, toda actividad económica se organizará conforme a la libre iniciativa privada, siempre que no tenga por fin ostensible o encubierto dominar los mercados nacionales, eliminar la competencia o aumentar usurariamente los beneficios.

Los minerales, las caídas de agua, los yacimientos de petróleo, de carbón y de gas, y las demás fuentes naturales de energía, con excepción de los vegetales, son propiedad imprescriptibles e inalienables de la Nación, con la correspondiente participación en su producto que se convendrá con las provincias.

Los servicios públicos pertenecen originariamente al Estado, y bajo ningún concepto podrán ser enajenados o concedidos para su explotación. Los que se hallaran en poder de particulares serán transferidos al Estado, mediante compra o expropiación con indemnización previa, cuando una ley nacional lo determine.

El precio por la expropiación de empresas concesionarios de servicios públicos será el del costo de origen de los bienes afectados a la explotación, menos las sumas que se hubieren amortizado durante el lapso cumplido desde el otorgamiento de la concesión y los excedentes sobre una ganancia razonable que serán considerados también como reintegración del capital invertido.

Por todos estos y algunos más, no está en vigencia la Constitución del año 1949:

Los enemigos del Pueblo fueron, son y serán:




Y varios escalones más abajo están los que
representan a la tilinguería del mediopelo urbano que quisieran pertenecer a los de arriba pero nunca los dejarán subir:



Algunos artículos de la Constitución del 49


Derechos del trabajador, de la familia, de la ancianidad y de la educación y la cultura


Art. 37 - Declárense los siguientes derechos especiales:

I. Del trabajador

1. Derecho de trabajar - El trabajo es el medio indispensable para satisfacer las necesidades espirituales y materiales del individuo y de la comunidad, la causa de todas las conquistas de la civilización y el fundamento de la prosperidad general; de ahí que el derecho de trabajar debe ser protegido por la sociedad, considerándolo con la dignidad que merece y proveyendo ocupación a quien lo necesite.

2. Derecho a una retribución justa - Siendo la riqueza, la renta y el interés del capital frutos exclusivos del trabajo humano, la comunidad deber organizar y reactivar las fuentes de producción en forma de posibilitar y garantizar al trabajador una retribución moral y material que satisfaga sus necesidades vitales y sea compensatoria del rendimiento obtenido y del esfuerzo realizado.

3. Derecho a la capacitación - El mejoramiento de la condición humana y la preeminencia de los valores del espíritu imponen la necesidad de propiciar la elevación de la cultura y la aptitud profesional, procurando que todas las inteligencias puedan orientarse hacia todas las direcciones del conocimiento, e incumbe a la sociedad estimular el esfuerzo individual proporcionando los medios para que, en igualdad de oportunidades, todo individuo pueda ejercitar el derecho a aprender y perfeccionarse.

4. Derecho a condiciones dignas de trabajo - La consideración debida al ser humano, la importancia que el trabajo reviste como función social y el respeto recíproco entre los factores concurrentes de la producción, consagran el derecho de los individuos a exigir condiciones dignas y justas para el desarrollo de su actividad y la obligación de la sociedad de velar por la estricta observancia de los preceptos que las instituyen y reglamentan.

5. Derecho a la preservación de la salud - El cuidad de la salud física y moral de los individuos debe ser una preocupación primordial y constante de la sociedad, a la que corresponde velar para que el régimen de trabajo reúna requisitos adecuados de higiene y seguridad, no exceda las posibilidades normales del esfuerzo y posibilite la debida oportunidad de recuperación por el reposo.

6. Derecho al bienestar - El derecho de los trabajadores al bienestar, cuya expresión mínima se concreta en la posibilidad de disponer de vivienda, indumentaria y alimentación adecuadas, de satisfacer sin angustias sus necesidades y las de su familia en forma que les permita trabajar con satisfacción, descansar libres de preocupaciones y gozar mesuradamente de expansiones espirituales y materiales, impone la necesidad social de elevar el nivel de vida y de trabajo con los recursos directos e indirectos que permita el desenvolvimiento económico.

7. Derecho a la seguridad social - El derecho de los individuos a ser amparados en los casos de disminución, suspensión o pérdida de su capacidad para el trabajo promueve la obligación de la sociedad de tomar unilateralmente a su cargo las prestaciones correspondientes o de promover regímenes de ayuda mutua obligatoria destinados, unos y otros, a cubrir o complementar las insuficiencias o inaptitudes propias de ciertos períodos de la vida o las que resulten de infortunios provenientes de riesgos eventuales.

8. Derecho a la protección de su familia - La protección de la familia responde a un natural designio de individuo, desde que en ella generan sus más elevados sentimientos efectivos y todo empeño tendiente a su bienestar debe ser estimulado y favorecido por la comunidad como el modo más indicado de propender al mejoramiento del género humano y a la consolidación de principios espirituales y morales que constituyen la esencia de la convivencia social.

9. Derecho al mejoramiento económico - La capacidad productora y el empeño de superación hallan un natural incentivo en las posibilidades de mejoramiento económico, por lo que la sociedad debe apoyar y favorecer las iniciativas de los individuos tendientes a ese fin, y estimular la formación y utilización de capitales, en cuanto constituyen elementos activos de la producción y contribuyan a la prosperidad general.

10. Derecho a la defensa de los intereses profesionales - El derecho de agremiarse libremente y de participar en otras actividades lícitas tendientes a la defensa de los intereses profesionales, constituyen atribuciones esenciales de los trabajadores, que la sociedad debe respetar y proteger, asegurando su libre ejercicio y reprimiendo todo acto que pueda dificultarle o impedirlo.

II. De la familia

La familia, como núcleo primario y fundamental de la sociedad, será objeto de preferente protección por parte del Estado, el que reconoce sus derechos en lo que respecta a su constitución, defensa y cumplimento de sus fines.

1. El Estado protege el matrimonio, garantiza la igualdad jurídica de los cónyuges y la patria potestad.

2. El Estado formará la unidad económica familiar, de conformidad con lo que una ley especial establezca.

3. El Estado garantiza el bien de la familia conforme a lo que una ley especial determine.

4. La atención y asistencia de la madre y del niño gozarán de la especial y privilegiada consideración del Estado.

III. De la ancianidad

1. Derecho a la asistencia - Todo anciano tiene derecho a su protección integral, por cuenta y cargo de su familia. En caso de desamparo, corresponde al Estado proveer a dicha protección, ya sea en forma directa o por intermedio de los institutos y fundaciones creados, o que se crearen con ese fin, sin perjuicio de la subrogación del Estado o de dichos institutos, para demandar a los familiares remisos y solventes los aportes correspondientes.

2. Derecho a la vivienda - El derecho a un albergue higiénico, con un mínimo de comodidades hogareñas es inherente a la condición humana.

3. Derecho a la alimentación - La alimentación sana, y adecuada a la edad y estado físico de cada uno, debe ser contemplada en forma particular.

4. Derecho al vestido - El vestido decoroso y apropiado al clima complementa el derecho anterior.

5. Derecho al cuidado de la salud física - El cuidado de la salud física de los ancianos ha de ser preocupación especialísima y permanente.

6. Derecho al cuidado de la salud moral - Debe asegurarse el libre ejercicio de las expansiones espirituales, concordes con la moral y el culto.

7. Derecho al esparcimiento - Ha de reconocerse a la ancianidad el derecho de gozar mesuradamente de un mínimo de entretenimientos para que pueda sobrellevar con satisfacción sus horas de espera.

8. Derecho al trabajo - Cuando el estado y condiciones lo permitan, la ocupación por medio de la laborterapia productiva ha de ser facilitada. Se evitará así la disminución de la personalidad.

9. Derecho a la tranquilidad - Gozar de tranquilidad, libre de angustias y preocupaciones, en los años últimos de existencia, es patrimonio del anciano.

10. Derecho al respeto - La ancianidad tiene derecho al respeto y consideración de sus semejantes.

IV. De la educación y la cultura

La educación y la instrucción corresponden a la familia y a los establecimientos particulares y oficiales que colaboren con ella, conforme a lo que establezcan las leyes. Para ese fin, el Estado creará escuelas de primera enseñanza, secundaria, técnico-profesionales, universidades y academias.

1. La enseñanza tenderá al desarrollo del vigor físico de los jóvenes, al perfeccionamiento de sus facultades intelectuales y de sus potencias sociales, a su capacitación profesional, así como a la formación del carácter y el cultivo integral de todas las virtudes personales, familiares y cívicas.

2. La enseñanza primaria elemental es obligatoria y será gratuita en las escuelas del Estado. La enseñanza primaria en las escuelas rurales tenderá a inculcar en el niño el amor a la vida del campo, a orientarlo hacia la capacitación profesional en las faenas rurales y a formar la mujer para las tareas domésticas campesinas. El Estado creará, con ese fin, los institutos necesarios para preparar un magisterio especializado.

3. La orientación profesional de los jóvenes, concebida como un complemento de la acción de instruir y educar, es una función social que el Estado ampara y fomenta mediante instituciones que guíen a los jóvenes hacia las actividades para las que posean naturales aptitudes y capacidad, con el fin de que la adecuada elección profesional redunde en beneficio suyo y de la sociedad.

4. El Estado encomienda a las universidades la enseñanza en el grado superior, que prepare a la juventud para el cultivo de las ciencias al servicio de los fines espirituales y del engrandecimiento de la Nación y para el ejercicio de las profesiones y de las artes técnicas en función del bien de la colectividad. Las universidades tienen el derecho de gobernarse con autonomía, dentro de los límites establecidos por una ley especial que reglamentará su organización y funcionamiento.

Una ley dividirá el territorio nacional en regiones universitarias, dentro de cada una de las cuales ejercerá sus funciones la respectiva universidad. Cada una de las universidades, además de organizar los conocimientos universales cuya enseñanza le incumbe, tenderá a profundizar el estudio de la literatura, historia y folklore de su zona de influencia cultural, así como a promover las artes técnicas y las ciencias aplicadas con vistas a la explotación de las riquezas y al incremento de las actividades económicas regionales.

Las universidades establecerán cursos obligatorios y comunes destinados a los estudiantes de todas las facultades para su formación política, con el propósito de que cada alumno conozca la esencia de lo argentino, la realidad espiritual, económica, social y política de su país, la evolución y la misión histórica de la República Argentina, y para que adquiera conciencia de la responsabilidad que debe asumir en la empresa de lograr y afianzar los fines reconocidos y fijados en esta Constitución.

5. El Estado protege y fomenta el desarrollo de las ciencias y de las bellas artes, cuyo ejercicio es libre; aunque ello no excluye los deberes sociales de los artistas y hombres de ciencia. Corresponde a las academias la docencia de la cultura y de las investigaciones científicas postuniversitarias, para cuya función tienen el derecho de darse un ordenamiento autónomo dentro de los límites establecidos por una ley especial que las reglamente.

6. Los alumnos capaces y meritorios tienen el derecho de alcanzar los más altos grados de instrucción. El Estado asegura el ejercicio de este derecho mediante becas, asignaciones a la familia y otras providencias que se conferirán por concurso entre los alumnos de todas las escuelas.

7. Las riquezas artísticas e históricas, así como el paisaje natural cualquiera que sea su propietario, forman parte del patrimonio cultural de la Nación y estarán bajo la tutela del Estado, que puede decretar las expropiaciones necesarias para su defensa y prohibir la exportación o enajenación de los tesoros artísticos. El Estado organizará un registro de la riqueza artística e histórica que asegure su custodia y atienda a su conservación.

martes, 8 de febrero de 2011

Dedicado a los opositores

Hay palabras que nos gustan y nos entregamos a ellas, inexplicablemente. A mí, por ejemplo, ¿sabés qué palabra me gusta? Enfiteusis. Yo no sé qué quiere decir enfiteusis —probablemente no lo sabré nunca—, pero la palabra me envuelve y me convence. A vos te gusta otra palabra. La palabra opositor. Sos opositor porque te enamora el título de opositor, porque te gusta que te llamen ¡opositor! Es la palabra. Para mí, enfiteusis. Para vos, opositor. Es una extraña especie de coquetería mental que te impulsa a cultivar un vocablo predilecto y que te impulsa a pensar contra el pensamiento de los demás. Yo te entendería si, para justificar ese término al que te entregás, me persuadieses con argumentos preciosos y razonables. Entonces le encontraría un significado a eso que vos llamás ¡oposición! Porque vos sos opositor, ¿pero opositor a qué? ¿Opositor por qué? La inmensa mayoría vive feliz y despreocupada y vos te quejás. La inmensa mayoría disfruta de una preciosa alegría ¡y vos estás triste! Nadie te quita ese melancólico derecho de estar triste. Vos sos dueño de administrar tu júbilo o tu pesimismo. ¡Pero no es justo que estés disgustado por la alegría de los demás, que te opongas al optimismo de los otros! Tu actitud de opositor víctima de una palabra seductora es una especie de complejo del resentido. porque existe en tu resentimiento una cuota enorme de rencor que te ves obligado a gastar con los demás o contra los demás. Entonces te subís por una palabra, y esa palabra es un palo enjabonado del que caés sin haber alcanzado la punta. Yo no digo que un gobierno lo haga todo bien. No es humano. Pero que no haga nada bien tampoco es humano. Vos barajás un mazo de argumentos y sacás una carta para jugarla; por ejemplo: la carestía de la vida. Llamás carestía de la vida al hecho de que valga quinientos pesos un traje que antes valía doscientos. ¿Pero te era fácil reunir esos doscientos? Vos decís que la vida está imposible porque el peceto ya no te cuesta un peso cincuenta; imposible, porque los diarios y los boletos del subte antes eran de diez y ahora son de veinte. ¡Mirá qué lástima! ¿Y cómo le llamás al hecho de que el empleado de comercio que hacía equilibrios con 50, 80 ó 100 pesos por mes gane 5, 8 ó 10 veces más? ¿Cómo le llamás al milagro del actor de teatro que ha saltado desde una retribución de 3 pesos por función —¡tres!— al regocijo actual de un sueldo mínimo de 850 pesos? ¿Cómo se llama el hecho de que un albañil, un periodista, una empaquetadora de tienda, un conductor de taxi, una dactilógrafa o un oficial frentista, que antes luchaban con las matemáticas para distribuir un sueldo sin ángulos, ahora lleguen a fin de mes no estirando angustiosamente el elástico del último peso sino con un remanente de comodidad? ¿Cómo decís? ¿Qué todo es otra cosa? Sí, bueno, será otra cosa, ¡pero ponéle nombre al menos! ¿Vos bautizás tus razones y no querés ponerle nombre a las mías? ¿Bautizás a todos tus hijos y querés que los míos sean naturales? ¡No, a mí no me la contás! Caéte del palo jabonado, abandoná la palabra que te cautiva y dejá que yo bautice mis razones con otra palabra que también me enamora: justicia. O si no, ponéle equilibrio social, evolución, conquista. ¡Mirá, ponéle hache, pero no lo niegues! Te duele no tener razón y jugás en contra de los hechos. Se puede hacer gol pateando una pelota, pero vos pateás un adoquín y te vas a romper el pie. Entonces, ¿por qué no pensás antes de patear? Te propongo una cosa: Vamos a dejar de amar las palabras y empecemos a amar los hechos. ¿Sí? ¿Vamos? Ya está. Porque, mirá, a vos y a mí nos pasa lo mismo: nos gusta una palabra, y así como yo nunca sabré qué quiere decir enfiteusis, vos nunca sabrás exactamente qué quiere decir oposición.  No, porque vos no lo sabés. Si lo supieses me lo habrías hecho entender. Porque yo no soy un burro, y, te juro, te he escuchado con toda mi buena fe y no te entiendo. Y si yo no te entiendo, ¿cómo me vas a hacer creer vos que te entendés a vos mismo? ¡Y no, viejito! He oído tantas de éstas en cincuenta años que ¡a mí no me la vas a contar!


Mordisquito de Enrique Santos Discepolo (X)


viernes, 17 de diciembre de 2010

¿Por qué hablás si no sabés?

¿Por qué hablás si no sabés? ¿De dónde sacaste esa noticia
que echás a rodar desaprensivamente, sin pensar en
lo irresponsable que sos y en el daño que podés hacer?
Estamos viviendo el tecnicolor de los días gloriosos y vos
me lo querés cambiar por el rollo en negativo del pesimismo,
el chisme, la suspicacia y la depresión. No, si yo
a vos te conozco, ¡uf, si te conozco! Vos sos, mirá, vos
sos el que no podés disponer de hechos y entonces usás
los rumores, y te acercás a mí para tirarme la manea de
unas palabras en el momento más inesperado. ¿Sabés qué
palabras, por ejemplo?: «¡La que se va a armar!»
¡Explicáte! Que tu actividad capciosa no se detenga
en el umbral de las palabras, sino que atraviese el zaguán
del prólogo y me tienda la mesa en el comedor de los
hechos… hechos y no palabras, hechos y no rumores.
Dale, servíme la cena. Poné sobre mi mesa eso que estás
anunciando, pinchálo con el tenedor de una evidencia,
cortáme el entrecote con el cuchillo de otra evidencia, ¡y
hacé que yo trague el bocado evidentemente! Porque,
hasta ahora, los rumores se fabrican aquí por quienes se
alimentan de sus propias milanesas. Porque yo a vos no
te entiendo. Vos me agarrás del brazo en la vereda, me
anunciás que se va a venir una… se va venir una… y en
vez de venir una, te vas vos, y yo me quedo en la vereda
tratando de no impresionarme, porque si yo fuera impresionable
entraría en mi casa agachado como vos,
hablando al bies como vos, y cuando los míos vinieran
a saludarme alegremente, también yo levantaría la medianera
de esas palabras sibilinas que me dijiste: «Menos alegría
y vayan preparándose… porque ¡se va a venir una!»
Pero yo vengo de vuelta, ¿sabés? Yo vengo de otras épocas
llenas de palabras, superfluamente llenas de palabras;
no había nada más que eso: barrios de palabras,
tribunas de palabras, países de palabras, y por eso no
creo en los rumores chiquitos y muchas veces miserables
con que vos querés hacerle sombra a una realidad que
está iluminándonos. ¿Por qué hablas si no sabés? ¡Entristece
pensarlo! Claro, a vos vino uno y te dijo que ayer
mataron a treinta. ¿Dónde están los que mataron? ¿Fuiste
al entierro? ¿Tomaste café en el velorio? No, vos no viste
nada, vos no sabés nada, pero como alguien te lo dijo,
vos lo repetís, y ¿quién se lo dijo a ese alguien? ¿Quién?
Ahora me explico: será el mismo que anunció, por ejemplo,
que Fulano y Mengano estaban presos. Y entonces,
vos venís y me decís, siempre agachado, siempre haciéndote
el misterioso: «¡Shhh… la cosa está brava! ¡Los
metieron presos a Fulano y Zutano!» Y si te digo que anoche
lo vi a Fulano con una rubia y que hoy almorcé casualmente
con Mengano, vos me mirás con una lástima tremenda
y me decís que es un truco. ¿Cómo un truco? ¿A
mi me la vas a contar? ¡Yo estuve con Mengano! ¿Cómo
que no? ¿Entonces, quién era? ¿Boris Karloff caracterizado?
Pero, oíme, ¿no ves en qué época estás viviendo?,
con kilos de realidades, toneladas de realidades, y entonces,
¿cómo podés mostrarte tan pequeño, tan chiquito, y
ser un cómplice más en esta carrera de posta en la que
los rumores más absurdos, cuando no cínicos, salen de
la obscuridad y quieren meterse en el pensamiento de
los crédulos? Ya sé, decís que vienen desde el exterior
contando con la colaboración de sus personeros, de los
que, desgraciadamente, muchos son argentinos. Pero ¡no
hablés tonterías! ¡Averiguá primero! Despreciá al malintencionado
que te pasa un rumor como quien te entrega
un billete falso… y no ves que si es falso, ¿cómo vas a
comprar la verdad? ¿O vos no sabías que la verdad está
en los hechos maravillosos que hoy nos rodean, y que la
mentira está en esos rumores o calumnias que vos recogiste
y amplificaste? ¿A mí me vas a contar que no sabés
que son calumnias? ¿Que creés en los rumores? ¿Que pensás
firmemente que… «se va a venir una»? ¡Fenómeno
la que se va a venir! ¡Vamos, criatura, que somos pocos
y nos conocemos mucho! ¡A mí no me la vas a contar!


Mordisquito de Enrique Santos Discepolo

jueves, 26 de agosto de 2010

Yo te hablo con evidencias y te seguiré cargando con evidencias.

¡Mirá! ¡Yo puedo negar todo, vos podés negar todo!
¡Todos podemos negar todo! Pero hay algo que no se
puede negar: la evidencia. Y vos sabés lo que es la evidencia.
La evidencia es lo que está ahí, lo que te hace
señas para que lo veas, lo que te grita para que lo oigas.
Claro que si vos cerrás los ojos y cerrás los oídos, ni escuchás
ni ves nada. ¡No ves vos, no escuchás vos!, pero la
evidencia sigue firme, sigue erguida, sigue… ¡como fierro,
sigue! Mirá: yo podría abrumarte tirándote encima
un baúl de hechos evidentes, una montaña de conquistas
evidentes, ¡una cordillera de milagros evidentes! Pero,
en vez de salirte al paso con una evidencia de lo que está,
yo te salgo al paso con una evidencia ¡de lo que no está!
¿No me entendés? No me extraña, porque cuando vos
no querés entender a vos los razonamientos te rebotan
en la cabeza como el jején en el tubo de la lámpara. Y yo
levanto una lámpara, ¿sabés?; la levanto para iluminar
las calles de mi patria, de tu patria, ¡y mostrarte una evidencia
que no está! Los mendigos… ¿están? ¿Vos ves los
mendigos? Sobre las calles —y al decirte calles te digo
corazones y te digo espíritus— se desató el arroyo de la
dignidad recuperada, se desató con una bárbara alegría
de potro que transpira salud, y esa correntada se llevó a
los mendigos, vos lo sabés; pero no se los llevó para ahogarlos,
sino para bañarlos, y llegaron a la costa limpitos,
peinados con la raya al medio, cantando, no el huainito
de la limosna, sino el chamamé de la buena digestión.
No; no te encojas de hombros y contestáme; yo te hice
una pregunta: ¿vos ves los mendigos? ¿Dónde están los
mendigos? Antes el pordiosero era una realidad en serie,
como los automóviles. Los mendigos eran una vergonzosa
institución nacional. Y fijáte que yo no te hablo
con medias palabras; a mí no me interesa que quieras
quedar bien con un partido o con otro. A mí me interesa
que tu honradez reconozca para siempre los beneficios
de que goza hoy tu dignidad. Y te digo todas las palabras
que tengo, bolsas de palabras, barrios de palabras;
el mendigo era en este país una vergonzosa institución
nacional. Porque había gente que, así como unos hacen
tangos, pañoletas o mandados, ellos hacían pobres.
¡Fabricaban pobres! Y los pobres se te aparecían en los
atrios de las iglesias, en las escaleras de los subtes, en la
puerta de tu propia casa, famélicos y decepcionados,
con la cabeza como un paquete de pelo y debajo del pelo
la dignidad en derrota. ¿Y ahora los ves? Decíme, ¿los
ves? ¡Claro que no los ves! ¿Y eso no te conmueve? ¿O
es que los extrañás? Porque si los extrañás, ¡estás frito!
Ahora las manos se extienden, no para pedir limosna,
sino para saber si llueve, para ordeñar la vaca llena de
leche o el racimo lleno de clarete reserva. Acordáte cuando
volvías a tu casa, de madrugada, y descubrías en los
umbrales, amontonados contra sí mismos, a los pordioseros
de tu Buenos Aires. Ahora la exclusividad de los
umbrales han vuelto a tenerla los novios; ahora no hay
limosneros en los umbrales, ni en los andenes, ni en los
cementerios. ¿Vos vas a los cementerios? ¿No?; te pregunto
porque hay gente que va al cementerio sólo una
vez en la vida, y cuando va, la aprovecha y se queda; pero
los que solemos ir para irnos acostumbrando de a poco
y que el inquilinato póstumo no nos agarre desentrenados,
vemos lo que vos no querés ver: que ni siquiera allí
encontrás mendigos. ¿Y entonces dónde podés encontrarlos
sino en un pasado cruel y desaprensivo que te empecinás
en reconquistar? ¿Y para qué querés un pasado de
indignidad y de miseria si tenés un presente de abundancia
y de respeto? ¿O me vas a decir que no te diste cuenta
de que si trabajás te respetan y te hacen la vida honorable
y placentera? Yo te hablo con evidencias y te seguiré
cargando con evidencias. ¡Sé honrado! No me digás que
ves mendigos, porque, si los ves, es que me la querés
contar, y a mí, ¡a mí no me la vas a contar!

Mordisquito de Enrique Santos Discepolo

domingo, 25 de julio de 2010

Protestás porque te parece que es elegante

¿Vos la querés seguir? Y bueno… , vamos a seguirla,
pero dejáme antes aclarar una posición. Yo no discuto
porque crea que tengo toda la razón del mundo. Al contrario,
discuto porque creo que vos no tenés ninguna.
Protestás porque te parece que es elegante. Lo hacés como una actitud.
«Son criterios», decís. Y digo yo: ¿no será falta de criterio, en vez?
Hay personajes que consideran
que una actitud elegante en la vida es la de estar
con un codo apoyado en el mostrador. Otros, sosteniendo
el marco de la puerta, en los zaguanes de las casas.
Hay también señoras que creen que la que no tiene por
lo menos un complejo no es de buena posición. ¡Y bueno!
A vos se te repujó en la cabeza la idea de que la posición
fundamental es negar, desconocer, decir que no. Te
parece que eso da mucha importancia. Que te regala la
apariencia de un hombre que tiene ideas, cuando la verdad
es que negás porque, en realidad, no tenés ninguna
idea. La del hombre aquel que entraba siempre en las
reuniones diciendo: «No sé de qué se trata, ¡pero me
opongo lo mismo!» ¡Pero, no! ¡A mí no me la vas a contar!
Vos negás, protestás, con la misma injusticia del que
arma un escándalo en su casa porque «le perdieron» la
llave del escritorio. Resulta que después de promover
la batahola, cuando ya todo está cabeza abajo y en la mitad
del tobogán, la llave del escritorio aparece en la botamanga
de su propio pantalón. Entonces, como ya no
podría justificar todos los gritos en contra, con tal de
no hacer el papelón, esconde la llave en el bolsillo y sigue
protestando para mantener una actitud. Igualito que
vos. Escondés, tu conciencia frente a la realidad de los
hechos y seguís soplando contra el ventilador para no
reconocer que la erraste. Y lo peor es que, queriendo
sostener esa pirueta tuya —de resentido—, inventás argumentos
de manteca. Sí, argumentos que se derriten a la
luz de la evidencia más chiquita. Te molesta —¡lógico!—
esa felicidad preciosa de la gente que cree en lo que ve.
Vos seguís buscando vanamente el pelo en la sopa. Y
pretendés haberlo encontrado con frasecitas definitivas
como estas de: «Ahora uno llama a un electricista y, para
colocar un enchufe miserable, te cobra quince pesos. ¡Yo
no sé adónde vamos a parar!» A ningún lado. ¿Por qué?
Si ahí está tu error. Es que ese enchufe miserable, como
era miserable la situación de ese electricista, ya no lo
son. No hay nada miserable ya. Todo ha adquirido dignidad.
Ésta es la tremenda transformación que se ha operado
y que vos, con la llavecita escondida en la botamanga
del pantalón, seguís negando y desconociendo.
Se ha dado dignidad a la gente. Todo el que trabaja es
considerado dignamente. Y el que ya no puede trabajar
se ha ganado una protección digna. Y es digna la criatura
que todavía no trabaja, porque algún día ocupará
su lugar de combate en la conquista del progreso común.
Pero vos protestas porque te cobran quince pesos
por colocar un enchufe. ¡Claro! ¡La conquista de la dignidad
humana no cuenta para nada para vos! Para vos,
lo único importante son los quince pesos del enchufe.
Pero, decíme: vos, además de protestar, ¿trabajás en algo?
¿Sí? ¿No te das cuenta de que esa conquista admirable
de la dignidad te alcanza a vos también y que todo se
ha equilibrado sobre la marcha misma? ¿O no trabajás
porque sos alabardero del rey y aquí rey no hay? ¡Únicamente
así se entendería! Porque no me vas a contar
que aquí falta trabajo. Ahora… No… ¡Ah!… Creía…
Pero protestás sin advertir que lo único imperdonable
es tu protesta. Y entonces, ¿de qué protestás? Mirá,
«vamo a dejarla», como decía un reo. ¿Sí? Vamos a dejarla.
Porque yo te respeto, pero a mí, ¡a mi no me la vas
a contar!

Mordisquito de Enrique Santos Discepolo (III)

domingo, 20 de junio de 2010

Mordisquito ¡No, a mí no me la vas a contar!

II
Resulta que antes no te importaba nada y ahora te importa
todo. Sobre todo lo chiquito. Pasaste de náufrago
a financista sin bajarte del bote. Vos, sí, vos, que ya estabas
acostumbrado a saber que tu patria era la factoría
de alguien y te encontraste con que te hacían el regalo de
una patria nueva, y entonces, en vez de dar las gracias
por el sobretodo de vicuña, dijiste que había una pelusa
en la manga y que vos no lo querías derecho sino cruzado.
¡Pero con el sobretodo te quedaste! Entonces, ¿qué
me vas a contar a mí? ¿A quién le llevás la contra? Antes
no te importaba nada y ahora te importa todo. Y protestás.
¿Y por qué protestás? ¡Ah, no hay té de Ceilán!
Eso es tremendo. Mirá qué problema. Leche hay, leche
sobra; tus hijos, que alguna vez miraban la nata por turno,
ahora pueden irse a la escuela con la vaca puesta.
¡Pero no hay té de Ceilán! Y, según vos, no se puede vivir
sin té de Ceilán. Te pasaste la vida tomando mate cocido,
pero ahora me planteás un problema de Estado porque
no hay té de Ceilán. Claro, ahora la flota es tuya, ahora
los teléfonos son tuyos, ahora los ferrocarriles son tuyos,
ahora el gas es tuyo, pero…, ¡no hay té de Ceilán! Para
entrar en un movimiento de recuperación como este al
que estamos asistiendo, han tenido que cambiar de sitio
muchas cosas y muchas ideas; algunas, monumentales;
otras, llenas de amor o de ingenio; ¡todas asombrosas!
El país empezó a caminar de otra manera, sin que lo
metieran en el andador o lo llevasen atado de una cuerda;
el país se estructuró durante la marcha misma; ¡el país
remueve sus cimientos y rehace su historia!
Pero, claro, vos estás preocupado, y yo lo comprendo:
porque no hay té de Ceilán. ¡Ah… ni queso!
¡No hay queso! ¡Mirá qué problema! ¿Me vas a decir a
mí que no es un problema? Antes no había nada de
nada, ni dinero, ni indemnización, ni amparo a la vejez,
y vos no decías ni medio; vos no protestabas nunca, vos
te conformabas con una vida de araña. Ahora ganás bien;
ahora están protegidos vos y tus hijos y tus padres. Sí;
pero tenés razón: ¡no hay queso! Hay miles de escuelas
nuevas, hogares de tránsito, millones y millones para
comprar la sonrisa de los pobres; sí, pero, claro, ¡no hay
queso! Tenés el aeropuerto, pero no tenés queso. Sería
un problema para que se preocupase la vaca y no vos,
pero te preocupás vos. Mirá, la tuya es la preocupación
del resentido que no puede perdonarle la patriada a los
salvadores.
Para alcanzar lo que se está alcanzando hubo que
resistir y que vencer las más crueles penitencias del
extranjero y los más ingratos sabotajes a este momento
de lucha y de felicidad. Porque vos estás ganando una
guerra. Y la estás ganando mientras vas al cine, comés
cuatro veces al día y sentís el ruido alegre y rendidor que
hace el metabolismo de todos los tuyos. Porque es la primera
vez que la guerra la hacen cincuenta personas mientras
dieciséis millones duermen tranquilas porque tienen
trabajo y encuentran respeto. Cuando las colas se formaban
no para tomar un ómnibus o comprar un pollo
o depositar en la caja de ahorro, como ahora, sino para
pedir angustiosamente un pedazo de carne en aquella
vergonzante olla popular, o un empleo en una agencia
de colocaciones que nunca lo daba, entonces vos veías
pasar el desfile de los desesperados y no se te movía un
pelo, no. Es ahora cuando te parás a mirar el desfile de
tus hermanos que se ríen, que están contentos… pero eso
no te alegra porque, para que ellos alcanzaran esa felicidad,
¡ha sido necesario que escasease el queso! No
importa que tu patria haya tenido problemas de gigantes,
y que esos problemas los hayan resuelto personas.
Vos seguís con el problema chiquito, vos seguís buscándole
la hipotenusa al teorema de la cucaracha, ¡vos, el
mismo que está preocupado porque no puede tomar té
de Ceilán! Y durante toda tu vida tomaste mate! ¿Y a
quién se la querás contar? ¿A mí, que tengo esta memoria
de elefante? ¡No, a mí no me la vas a contar!

MORDISQUITO de ENRIQUE SANTOS DISCÉPOLO (II)