¿Por qué hablás si no sabés? ¿De dónde sacaste esa noticia
que echás a rodar desaprensivamente, sin pensar en
lo irresponsable que sos y en el daño que podés hacer?
Estamos viviendo el tecnicolor de los días gloriosos y vos
me lo querés cambiar por el rollo en negativo del pesimismo,
el chisme, la suspicacia y la depresión. No, si yo
a vos te conozco, ¡uf, si te conozco! Vos sos, mirá, vos
sos el que no podés disponer de hechos y entonces usás
los rumores, y te acercás a mí para tirarme la manea de
unas palabras en el momento más inesperado. ¿Sabés qué
palabras, por ejemplo?: «¡La que se va a armar!»
¡Explicáte! Que tu actividad capciosa no se detenga
en el umbral de las palabras, sino que atraviese el zaguán
del prólogo y me tienda la mesa en el comedor de los
hechos… hechos y no palabras, hechos y no rumores.
Dale, servíme la cena. Poné sobre mi mesa eso que estás
anunciando, pinchálo con el tenedor de una evidencia,
cortáme el entrecote con el cuchillo de otra evidencia, ¡y
hacé que yo trague el bocado evidentemente! Porque,
hasta ahora, los rumores se fabrican aquí por quienes se
alimentan de sus propias milanesas. Porque yo a vos no
te entiendo. Vos me agarrás del brazo en la vereda, me
anunciás que se va a venir una… se va venir una… y en
vez de venir una, te vas vos, y yo me quedo en la vereda
tratando de no impresionarme, porque si yo fuera impresionable
entraría en mi casa agachado como vos,
hablando al bies como vos, y cuando los míos vinieran
a saludarme alegremente, también yo levantaría la medianera
de esas palabras sibilinas que me dijiste: «Menos alegría
y vayan preparándose… porque ¡se va a venir una!»
Pero yo vengo de vuelta, ¿sabés? Yo vengo de otras épocas
llenas de palabras, superfluamente llenas de palabras;
no había nada más que eso: barrios de palabras,
tribunas de palabras, países de palabras, y por eso no
creo en los rumores chiquitos y muchas veces miserables
con que vos querés hacerle sombra a una realidad que
está iluminándonos. ¿Por qué hablas si no sabés? ¡Entristece
pensarlo! Claro, a vos vino uno y te dijo que ayer
mataron a treinta. ¿Dónde están los que mataron? ¿Fuiste
al entierro? ¿Tomaste café en el velorio? No, vos no viste
nada, vos no sabés nada, pero como alguien te lo dijo,
vos lo repetís, y ¿quién se lo dijo a ese alguien? ¿Quién?
Ahora me explico: será el mismo que anunció, por ejemplo,
que Fulano y Mengano estaban presos. Y entonces,
vos venís y me decís, siempre agachado, siempre haciéndote
el misterioso: «¡Shhh… la cosa está brava! ¡Los
metieron presos a Fulano y Zutano!» Y si te digo que anoche
lo vi a Fulano con una rubia y que hoy almorcé casualmente
con Mengano, vos me mirás con una lástima tremenda
y me decís que es un truco. ¿Cómo un truco? ¿A
mi me la vas a contar? ¡Yo estuve con Mengano! ¿Cómo
que no? ¿Entonces, quién era? ¿Boris Karloff caracterizado?
Pero, oíme, ¿no ves en qué época estás viviendo?,
con kilos de realidades, toneladas de realidades, y entonces,
¿cómo podés mostrarte tan pequeño, tan chiquito, y
ser un cómplice más en esta carrera de posta en la que
los rumores más absurdos, cuando no cínicos, salen de
la obscuridad y quieren meterse en el pensamiento de
los crédulos? Ya sé, decís que vienen desde el exterior
contando con la colaboración de sus personeros, de los
que, desgraciadamente, muchos son argentinos. Pero ¡no
hablés tonterías! ¡Averiguá primero! Despreciá al malintencionado
que te pasa un rumor como quien te entrega
un billete falso… y no ves que si es falso, ¿cómo vas a
comprar la verdad? ¿O vos no sabías que la verdad está
en los hechos maravillosos que hoy nos rodean, y que la
mentira está en esos rumores o calumnias que vos recogiste
y amplificaste? ¿A mí me vas a contar que no sabés
que son calumnias? ¿Que creés en los rumores? ¿Que pensás
firmemente que… «se va a venir una»? ¡Fenómeno
la que se va a venir! ¡Vamos, criatura, que somos pocos
y nos conocemos mucho! ¡A mí no me la vas a contar!
Mordisquito de Enrique Santos Discepolo